domingo, 29 de junio de 2008

Marie.



Se sentó a mi lado mientras pensábamos qué íbamos a jugar. “¿Crees que venga?” apenas acababa de preguntar cuando escuchamos la puerta. Mi papá entró al cuarto, me vio y preguntó por ella; apenas pude responder porque sonó su celular, refunfuñó y salió. En el instante que cerró la puerta Marie salió de debajo de cama arreglando sus trenzas. Mi papá discutía en el pasillo. Tras pensar un rato Marie dijo “¡Ya sé! Juguemos a países inventados.” – “Está bien.” dije y cerré los ojos, me esforzaba por crear algo ya que el juego no era nuevo. Escuché a mi papá despedirse “¡Rápido ahí viene!” dije y Marie corrió a esconderse en el closet. En cuanto ella desapareció él entró al cuarto, me miró preocupado. “Hijo si sabes dónde está dime por favor. Necesita ayuda, es una enfermedad.” Bajé la cabeza y miré de reojo a Marie quien, por una rendija, me rogaba que no dijera nada. Tan pronto como mi padre se dio cuenta me preguntó molesto “¿Dónde está?” Yo solo respondí, antes de que se ponga más bravo “La abuela está en el closet.”
Foto: Búsqueda a la patada en Google.

viernes, 13 de junio de 2008

4.




No puedo dormir


No puedo besar una sombra


La lluvia no me arulla


La luna no asoma


Solo tengo hematomas


De soledad impuesta


Y sonrisas rotas.




Clorótica.


La luz de las ventanas era rojiza, el sol moría afuera. Se escuchaba uno que otro sollozo apagado en la sala. Su familia estaba sentada en las primeras bancas. Una de sus amigas se acercó al féretro y susurró algún secreto antes de sentarse. La ilusión del silencio era pesada y seca. Ella escuchaba todo, desde lágrimas reprimidas hasta las mechas de las velas quemándose. Oía el roce del vestido de su madre contra el traje de un desconocido, olía el alcohol en el aliento de él. Estaba desesperada pero quieta, no podía moverse. Su garganta le dolía de gritos atrapados y la desesperación se rompía ante su cara inexpresiva de lágrimas secas. Todos decían palabras pero realmente nadie le hablaba. La mareaba el penetrante olor del incienso, el olor del nunca más. Rodearon el féretro hombres tristes y lo posaron sobre sus hombros, pero ella permanece quieta y desesperada. Ahora el féretro descansa sobre el césped. Algo se desgarra dentro de ella cuando escucha la pala hundirse en la tierra. Y ruega, ruega poder abrir los ojos para que sepan que está viva.

Tinta Roja.


Tomás salió tarde hoy, baja las escaleras rápidamente con su prescripción en su mano derecha. Dejó la tv encendida y el gato mordisquea sus tostadas. Corre graciosamente a la parada del bus pero ya es tarde, se ha ido. Apoya las manos en sus rodillas. No corre desde sus epocas de colegio, está rojo. Se inclina hacia atrás porque ahora le duele la espalda. Una gota de luvia cae sobre su párpado izquierdo. No se mueve, acaba de sentirla. Pero no sabe qué es eso. La siente rodar hasta su mejilla donde se confunde con sus lágrimas. No tiene recuerdos de haberlo hecho nunca. Solo siente el agua sal en las comisuras de su boca. El joven a su lado no se percata del caos emocional que ocurre, solo mira al vacío en espera del siguiente bus. Tomás sonríe por primera vez en su vida, no abre los ojos, no por creer que esta soñando, pues nunca lo ha hecho. Solo sabe que algo estalla dentro de él. Si conociera la palabra euforia esta rondaría detrás de sus dientes. Tomás disfruta cada gota de las siguientes siete que caen sobre su cara. No hay nadie alrededor, el joven observa con indiferencia desde la carpa de un edificio. Tomás abre sus brazos y los alza despacio, llora a carcajadas. La tinta roja corre del sello gubernamental de la prescripcián en su mano derecha. A Tomás no le pueden importar menos las hermosas pastillas turquesa que le regala su presidente.