viernes, 4 de junio de 2010

Sin Título


Son las 4:18 AM, lo dicen los números fosforescentes de mi despertador. Me he despertado antes de que suene la alarma otra vez. Mi esposa sigue dormida.

Cierro los ojos a ver si recupero los 12 minutos que me quedan, pero después de un momento decido que es un caso perdido. Apago el despertador y salgo de la cama. No me preocupa despertar a mi esposa, tiene el sueño pesado.

El agua caliente sobre mi espalda es mi parte favorita de la mañana, sobre todo ahora que hay una capa de nieve cubriendo la ciudad. Me tomo mi tiempo en la tina, estirándome y recostando mi cabeza sobre el borde. Recuerdo una de mis primeras citas con mi esposa.

En el instante en el que entro a la cocina aparece nuestro gato. Hoy se ve más gordo que nunca. Lo dejo comer sobre el mesón mientras termino mi taza de café.

Agarro mi gruesa chaqueta de invierno antes de salir y descubro que mi esposa ha puesto mis guantes en mi bolsillo. Esto me hace sonreír. Son las 5:20 y afuera todo es blanco.

Empiezo mi recorrido como lo he hecho los últimos 32 años. La mayoría de las familias son las mismas. Entrego cartas de Europa, paquetes de provincias cercanas, sobres con sellos importantes y cuentas de todo tipo.

Al acercarme al final de la primera cuadra noto alguien caminando hacia mí. Es la hija de la familia que se mudó a este barrio hace un par de meses. El papá vino acá por una promoción de trabajo y su madre es la amable veterinaria que le dice a mi esposa que nuestro gato está muy gordo. Tiene 17 años o al menos eso es lo que me dijo mi esposa.

“Buenos días” le digo mientras camina hacia mí. “Buenos días, señor” contesta casi susurrando. Es alta y delgada, su pelo cuelga en mechones debajo de su gorro de lana. Noto que tiene algo en sus manos. “¿Hay algo que pueda hacer por ti?” pregunto y ella asiente, sonriendo mientras me entrega un papel enrollado y atado con una cinta celeste.

“Pero nena, ¿no tienes un sobre? No puedo entregar esto así nomás, peor sin un nombre o dirección.” Sus ojos se iluminan mientras se inclina y me susurra que no me preocupe por eso. Antes de poder aclararle cómo funcionan estos asuntos corre de regreso a su casa. Meto el rollo en el bolsillo de mi chaqueta y sigo con mi recorrido.

Después de algunas cuadras la gente empieza a salir para dirigirse a sus trabajos, algunos salen apresurados hacia sus carros y otros conversan camino a la parada de bus. Recuerdo la carta que no puedo entregar. La cinta se desliza al sacarla de mi bolsillo:


Hola,

Hoy me desperté demasiado temprano, hasta mis peces estaban dormidos. El piso estaba congelado, así que abrí mis cortinas para buscar mis medias. Todo el barrio está cubierto de nieve y se ve hermoso, ojalá lo pudieras ver. Me pregunto si también está nevando por allá o si nieva en lo absoluto.

Ayer mientras caminaba del colegio a mi casa pasé por una pared con pilares sin terminar y no sé porqué me dio por mirar hacia arriba. En una de las barras de metal que sobresalían del pilar había una libélula y en el momento que alcé la mirada otra se posó otra a su lado. Las dos quietas sobre las barras. No pude evitar sonreír, nunca había visto algo así.

Había un poco de viento así que aleteaban y se movían, cambiando de posición cada vez que lo hacían. Se movían con tanta gracia. Me quedé parada viéndolas bailar, olvidándome de donde estaba. Me puse de puntillas para verlas más de cerca, pensando que si me acercaba más notaría sus zapatillas y vestidos, pero una señora chocó contra mí, soltando sus compras. Tuve que ayudarla a llevarlas a su casa y para entonces ya era muy tarde para regresar.

Estas cosas pequeñas me hacen extrañarte más de lo normal, Howl.

Chihiro.


Seco el par de lágrimas que se me han escapado, enrollo la carta y amarro la cinta. En el instante en el que la voy a guardar en mi bolsillo me envuelve una fuerte ráfaga de viento. Solo me queda ver como la carta se pierde detrás de una nube.





Foto: Yo. : )